
Los versos escritos por las nubes caen kamikazes a tu encuentro, gotas de agua dulce, cuyo destino es encontrar su muerte sólo para que tú te puedas reflejar en sus charcos.
Mi amigo viento, cambia de opinión, olvida a la bella Poniente y va en busca de la olvidada Levante, nunca supo amar a una sola mujer, por mucho que yo le dijera que tenía que tranquilizarse un poco.
Su marcha dejo abierta las puertas de la ciudad olvidada, sus rejas, manchadas de carmín, nunca habían estado tan felices, alguna ninfa, sin duda, había pasado por allí.
Me adentré un poco más en el bosque de piedras enanas, sorteé los obstáculos que me encontraba frente a mi, abrí las puertas de hierro macizo que Hefesto interpuso en mi camino, porque él, como el resto de los mortales y dioses, también estaba enamorado de ti.
De pronto una luz cegadora, caí rendido de espaldas, y ya no recuerdo nada, sólo una boca pequeñita, acercándose lentamente, y susurrándome al oído, palabras, que desde entonces hasta ahora nunca podré olvidar.