
El frió le abrasó, el calor le heló hasta la última de sus costillas, la luz de la Luna la obligaba a llevar gafas de sol, y de día no podía salir de casa sin su linterna, el secreto le fue contado todos los días por todas las personas con las que nunca llegó a hablar, a la vez que la voz popular nunca llegó a sus oídos, porque sus oídos jamás llegaron a escuchar. En su casa las puertas eran ventanas, y las ventanas puertas, los cuadros no colgaban de las paredes, sino eran paredes las que colgaban de los cuadros tendidos en el suelo, el cesto de la ropa sucia estaba lleno de ropa limpia, y lo contrario pasaba con su armario. Las chaquetas estaban forradas de agujeros, y los bañadores de lana. No concebía el significado de la palabra tiempo, porque el tiempo era lo que jamás tuvo, ni nunca quiso. De pronto alguien cruzó su ventana sin tocar al timbre, entró en su casa, esquivó los cuadros tendidos en el suelo, no le contó el secreto, que hacía tiempo que había dejado de serlo, tuvo la tentación de contarle la voz popular, pero supo que pronto lo entendería todo, y poco a poco se acercó más a ella, finalmente logró quitarle las gafas de sol, la ceguera desapareció, como todas aquellas sensaciones contradictorias. Pronto pudo ver, que la persona que vino a visitarla era la cordura, que para bien o para mal, le despertó de ese extraño sueño de una noche de verano.